Corazón de cocodrilo

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Luna fantasma

A veces hay una sombra en el río de tela de plata. Es una sombra de luna, extraña y caliente, suave y amarga. No hay luna en el cielo, pero la sombra de luna permanece, toda plateada. Crece y mengua y desaparece como si un alma de luna hubiera olvidado su suerte. ¿Qué habrá pasado con la luna viva? La sombra de luna calla, guarda el secreto de su propia muerte. O, tal vez, la ignora, y por eso permanece.

No mires el título

Hace mucho tiempo, había un conserje. Era un hombre viejo, ya sin pelo que afeitar, un traje gris raído y una escoba. Su ojos eran dos líneas perdidas en un mar de arrugas.
Limpiaba el templo de una punta a la otra, con una enorme dedicación. Los salones, las cocinas, los gimnasios, los cuartos de los monjes, los cuartos de los novicios, los jardines. Cada tanto cuando pasaba un monje a su lado, saludaba al conserje bajando levemente la cabeza, en señal de respeto. Algunos novicios también lo hacían, pero otros actuaban como tratan la mayoría a los conserjes, lo ignoraban. De vez en cuando aparecía alguno que hacía algo peor. Y un día entró como novicio al templo, un joven llamado Cheng.
Cheng era un joven de gran aptitud física que, a pesar de haber entrado casi adolescente al templo, rápidamente avanzó entre los guerreros. Era malhumorado y engreído. Solía dejar todo por el piso, y nunca limpiaba sus pocas cosas. Cada vez que se encontraba con el conserje en el pasillo seguía de frente aunque significara chocarlo, como si el viejo no existiera. Sin embargo, nunca lo tocaba, por alguna extraña suerte, el viejo parecía cambiar de dirección justo cuando Cheng estaba por atropellarlo. Y eso enfurecía a Cheng.
Un día el conserje estaba descansando sentado en uno de los bancos del gimnasio, cuando oyó el ruido de un papel al caer y al abrir los ojos vió a Cheng que lo miraba malhumorado.
– Conserje, el piso está sucio, ¿es que no vas a limpiarlo?
La mirada del conserje siguió el dedo de Cheng hasta una hoja de papel.
– Si acabas de tirarlo, te corresponde levantarlo. Todos deben de cuidar sus cosas – dijo el conserje.
– ¿Qué acabas de decir conserje? Cumple con tu tarea.
– Te importa demasiado mi título. Mi tarea no es levantar tus papeles.
– Hombre insolente, ¿es acaso quieres pelear con un guerrero como yo?
– ¿Es que acaso me estás desafiando Cheng? – dijo el conserje.
El Maestro del gimnasio, que estaba en un rincón junto a otros alumnos, se acercó entonces, para escuchar a Cheng decir:
– ¿Cómo te atreves a pronunciar mi nombre. Sería un deshonor para alguien como yo rebajarse a pelear con un conserje.
– Cheng!-dijo el Maestro- es cierto lo que escucho, has retado a este hombre y después te has echado atrás como un cobarde?
– No Maestro, como va a pensar que eso de mí. Si peleo con este hombre le haré daño. Es muy viejo.
– Tarde es, ya lo has desafiado. Ustedes dos -dijo señalando a los otros alumnos, ayuden a preparar el área para un pelea.
Después de decir eso, el Maestro se acercó a un tercero y, susurrándole algo, lo mandó afuera.
Para cuando Cheng se terminó de poner las vendas entre gruñidos, el gimnasio estaba lleno, los monjes de todo el templo estaban ahí, incluido el Abad. El lugar bullía. Y el conserje seguía sentado en el banco y ni vendas se había puesto. El Maestro habló con el conserje y este se levantó ofreciéndole su escoba, la cual el Maestro sostuvo algo sorprendido.
«Insolente» pensó Cheng.
En el centro del área se saludaron y, ni bien otro monje dio la orden, Cheng lanzó una patada circular, que el viejo esquivó por medio milímetro. Y Cheng lanzó otra y otra y otra, y probó con un puño, y con otro, y una patada y otro puño. Nunca tocaba al viejo que apenas parecía moverse.
– Te fijas mucho en el título de las personas Cheng.-dijo de pronto el conserje mientras esquivaba otro golpe.- Pero los títulos son sólo palabras, no dicen quién es la persona realmente. Ni cuán buena es en su arte, ni cuan necesario es éste. Te mueves bien, pero no tienes disciplina, ni corazón, no tienes arte.
-Qué sabe usted de arte, es un conserje, ni siquiera pega.
– Limpiar es un arte, que ayuda a meditar profundamente. Un buen conserje es un artista. El verdadero propósito de las artes marciales es no tener que usarlas, y si tienes que usarlas, que sólo sea un golpe.
Dicho esto, el viejo se metió en la guardia de Cheng y le metió un golpe en el estómago, que hizo que Cheng retrocediera trastabillando y finalmente cayera, esforzándose por respirar.
El Maestro del gimnasio se acercó.
Saludó al conserje con una reverencia y le alcanzó la escoba.
– Maestro de mi maestro -dijo el Maestro al conserje, haciendo que todos los novicios miraran al viejo, mudos de la sorpresa- ¿qué hago yo con este novicio impertinente? Todos mis castigos son vacíos, nunca modifica su actitud.

– Mmmm, este joven tiene demasiado orgullo, e ideas equivocadas sobre qué tiene valor y qué no. Si lo mandas a ayudar a otros, se sentirá humillado, y habrá furia en su corazón. Si hacés que otros lo ayuden, pensará que lo estás premiando y su ego crecerá. Que salga al mundo como peregrino, sin más carga que su ropa, allí deberá ayudar a otros si quiere que lo ayuden, o morirá de hambre, y será su propia culpa.

Dicho esto, el conserje se dirigió al abad, quién lo saludo con una reverencia y salió del gimnasio para seguir limpiando.

 

 

El guardián

En este pueblo hay madres y padres, pero no importan mucho. La gente cuando habla de ellos, habla de quién ha nacido. No dicen soy hijo de, porque eso sería una mentira. Dicen, «yo nací de», que siempre es verdad. En este pueblo los que importan son los guardianes. La gente dice «mi guardián» y se llena de valor, porque el guardián es ante todo seguridad, es el hogar, es la paz.
El guardián es del niño, pero el niño no es del guardián. El niño no eligió a su guardián, el niño no eligió nacer siquiera, pero el guardián eligió ser el guardián. El guardián decidió cuidar de ese niño mientras sea niño, y ayudarle a encontrar su camino hacia el adulto que será. El guardián decidió que el niño es su prioridad. Lo elije cada día. El guardián pertenece al niño.
Casi todos los padres y madres son guardianes de los niños que nacieron de ellos. Pero no todos. No todos los guardianes son padre o madre de aquellos que protegen, pero eso pasa en todos lados. En este pueblo todos saben que lo importante no es que un niño tenga padre o madre, importante es que cada niño tenga a su guardián. Porque hay en el mundo muchos padres y madres que no desean ser guardianes, y algunos que pensaron en serlo, y no lo fueron.
No es triste el niño que no tiene padre o madre. Es triste el niño que no es elegido cada día por alguien para ser su prioridad.
De quién naciste, naciste toda la vida. Lo conozcas o no, te haya cuidado o no, te haya querido o no. Pero el guardián no es guardián toda la vida. Algún día el niño será adulto, y entonces será su propio guardián. Para enfrentar la magnitud de ese momento, en este pueblo hay un ritual. El que ya no es guardián y el que ya no es niño se sientan juntos, y el primero le dice al segundo «ahora podemos ser amigos».

El canto de Anahí

Junio 1996

(1812)

                       Suspiró largamente y miró al cielo. En él, las nubes se juntaban formando una franja que lo dividía en dos. Igual al paño que el General llamaba bandera y al que pronto los hombres jurarían fidelidad.

            Pablo no comprendía, la selva era su patria, no las Provincias Unidas. Su coraje y su amor a la Tierra eran lo que lo hacían patriota, no ese pedazo de cielo en tierra.

            Si se había hecho soldado, fue solamente para conformar a su padre. Cuanto le hubiera gustado quedarse en la selva a escuchar las leyendas de su abuela materna. A trabajar en el río, a formar una familia, a ver fluir su sangre guaraní.

            De pronto, en la soledad del Río Paraná, una voz ha empezado a cantar. Es una voz dulce y melodiosa, como jamás se ha escuchado. Y su canto, su canto es el canto mismo de un hada, pues el espíritu del río no podría cantar tan bellamente. Esas coplas guaraníes se confunden entre los árboles de la selva y los hacen más puros y bellos; esas coplas mágicas, casi tangibles, encantan a las bestias que confiadas, salen de sus refugios a escucharla.

           En la otra orilla, el mástil ya fue preparado. Los hombres se forman bajo su sombra. Pablo no puede estar con ellos, la selva lo llama, lo hechiza con su voz. No puede quedarse con esos hombres, demasiado reales, demasiado orgullosos, demasiado humanos. Se adentra en la selva en busca de quien canta. Corre adentro, muy adentro de la selva, como un animal desesperado. Las bestias se apartan de su camino, pero no huyen, sino que lo observan pasar y lo siguen con la mirada hasta que desaparece en la espesura. Son sus hermanos, sus iguales en entendimiento.

           Ha llegado a un claro en cuyo centro, un Ceibo milenario dormita bañado por infinitos rayos de luz, que desafían a los altos árboles y traspasan su escudo verde. Desde el ceibo, una joven india lo mira con ojos penetrantes, tan oscuros como el corazón de la selva. No es bella, ni siquiera linda, pero mira tan profundamente que Pablo se siente arrebatado, atravesado por dos flechas negras.

            En el campamento, las trompetas tocan para la bandera. Mientras, Pablo escucha a la aborigen cantar, un ángel la envidiaría por su voz. De pronto, en medio de ese canto celestial, las llamas aparecen, se elevan por el Ceibo, majestuosas y desaparecen con la indiecita. Pablo ahora comprende. Ha oído cantar a Anahí, a la flor de ceibo, al alma de la Patria.

Pareidolia

08/02/2011

Rostros en la pared, sombras,
ilusiones a los ojos que ven
y fuego que al alma inspira.

Y que pintan las nubes
e inspiran el arte y llaman
los locos en sus pensamientos.

Reconocer las sombras y luces
que hacen los rostros, las caras,
las expresiones de las madres.

Caras cansadas, rostros desiertos,
trucos de la mente inconsciente
que juega en las grietas oscuras.

El reboque dibuja expresiones,
recuerdos que se destejen,
alegres y tristes, reflejos del alma.

Entre los pastos ojos que miran
al cielo nublado, las tardes
encuentran dragones y hadas.

La mirada brillantes se posa
en brujas con sombrero de gasa,
de gris oscuro sus escobas.

Ilusiones que se despliegan
en el fondo de la mente
intentando encontrar aquella mirada.

Mirada que se pierde en el tiempo
de hijos buscando a sus madres,
y soledades que buscan amantes.

Rostros en la pared, sombras,
ilusiones a los ojos que ven
y fuego que al alma inspira.

Y que pintan las nubes
e inspiran el arte y llaman
los locos en sus pensamientos.

Reconocer las sombras y luces
que hacen los rostros, las caras,
las expresiones de las madres.

Caras cansadas, rostros desiertos,
trucos de la mente inconsciente
que juega en las grietas oscuras.

El reboque dibuja expresiones,
recuerdos que se destejen,
alegres y tristes, reflejos del alma.

Entre los pastos ojos que miran
al cielo nublado, las tardes
encuentran dragones y hadas.

La mirada brillantes se posa
en brujas con sombrero de gasa,
de gris oscuro sus escobas.

Ilusiones que se despliegan
en el fondo de la mente
intentando encontrar aquella mirada.

Mirada que se pierde en el tiempo
de hijos buscando a sus madres,
y soledades que buscan amantes.

Sentido

Palabras que se atragantan en mi ser desnudo
deseosas de ser dichas y escondidas;
temores, angustias y miedos permanentes;
perderlo todo, no encontrar nada.
Tesoros cuyos mapas se han perdido,
pero perdidos permanecen para siempre.

Amado lo que ausente llena el brillo
de las luces de mis ojos azabaches.
Lo que hace tiritar mi piel,
sin siquiera tocarla y me llena
la boca de sonrisas. Aún ausente,
me mata lentamente pero me devuelve la vida.

Los días que las cosas fáciles parecen difíciles…

Si algo he aprendido en estos años, es que los dias que las cosas más fáciles parecen difíciles, lo único que debes hacer, aún cuando parezca imposible, es empezar a hacerlas.

Sed

        Podía sentir el agua muchos metros por debajo de sus pies. Un murmullo grave y profundo acompañado por ligeros temblores. Si seguía el murmullo, en algún lugar, vería el agua brotar y bebería. Sólo tenía que seguir.
Su madre ya no la acompañaba y los pequeños temblores debajo de sus plantas le hacían pensar en su padre ¿Habría sentido así él el mundo?
Respiró profundo, su nariz hizo un pequeño gorgojeo. El agua, cómo la quería. Llegar al agua y beberla y bañarse en ella, aliviar lo blanco de su piel. Aquella piel que aunque echara más y más tierra ya no podía proteger del Sol. Seguía el murmullo paso tras paso, a veces, con una ligera carrera. Adelante estaba el agua, la podía ver cuando cerraba los ojos. Sólo tenía que seguir. Paso tras paso tras paso, siempre hay un lugar al que llegar y, si el tiempo corre, siempre sucede algo.
En el camino la vigilaban los leones, lo sabía sin importar cuanto se esforzaran por mantenerse ocultos. Cuando el único otro ser en kilómetros era ella, se les hacía difícil disimular. Tenía andarse con cuidado, los felinos no atacan a los grupos, pero ella estaba sola. Y uno solo, aún uno tan grande como ella, era otra historia.
¿Por qué estaba sola? No podía recordarlo. ¿Habría sido siempre así? Antes, su madre y ella, ahora, sólo ella. Su mente le jugaba malas pasadas, la sed la agotaba. Muchas veces durante ese viaje pensó en caer y entregarse a los leones. Ellos beberían su sangre y la sed de todos se apagaría. Sin embargo, siguió y siguió. Algo dentro de su cuerpo la obligaba a avanzar. No sabía entonces que esta tenacidad la acompañaría siempre. Cuando llegara al agua y después, sin importar las circunstancias, ella nunca se detendría.

Luna

Avanzó. Miró sus manos grises sobre el brillo azulado de la nieve. Sintió el viento helado, castigador y a la vez vigorizante, de alguna forma. Y escuchó a lo lejos el canto polifónico de los ancianos. La nieve se teñía lentamente de amarillo mientras el Sol caía en el horizonte, y la promesa ya se levantaba, redonda, con su brillo azulado como la nieve y sus manchas, gris sucio como el pelo de sus manos. Y los ancianos subían su canto, su ruego, su esperanza, «no olvides tu promesa, nosotros no la olvidamos».

Partió la calma con un gemido. El dolor todavía reciente le abría el pecho, se lo desgarraba. Ella, la que le había enseñado a tener paciencia, a entender el sacrificio de la presa y el valor del cazador. Ella, que la había convertido en la mejor jefa de caza, la mejor estratega. Ella, que le había enseñado a no odiar al enemigo, a ponerse en otras pieles, a entender otras razones. Ella, se había colocado entre su hija y la bala, y ya no estaba.

El canto de los ancianos creció sobre su gemido, lo ahogó como si buscara callarlo. «No olvides tu promesa, nosotros no la olvidamos. En la noche hay estrellas, en los días soleados hay nubes. Cambia el mundo, y todo vuelve, y todo se va. Y en los días más tristes, se esconden razones para ser feliz».

Sacudió su cabeza, enterró sus manos en la nieve, su nariz y su boca, conteniendo el grito que buscaba salir. Se sacudió hasta que la nieve cubrió todo, hasta que no pudo ver nada. El invierno es crudo y cruel, y todos dependen de los cazadores. ¿Por qué no estaba buscando su presa? ¿Por qué no estaba preparando sus emboscadas? Porque ella había muerto por salvarla. No podía odiarla por eso, pero tampoco venerarla. El sacrificio es egoísta y cruel, y el que sobrevive, lo sufre y lo detesta.

El cielo cada vez más oscuro y la promesa cada vez más brillante. La promesa, siempre se va y siempre vuelve. «En los días más tristes, se esconden razones para ser feliz» corean los ancianos. Su canto suena a lamento, a súplica, como si trataran de extraer esas razones del aire a fuerza de degollarlo a gritos.

Se balancea, desea echarse a correr, pero le tiemblan los pies. Un voz dulce intenta cantar junto a los ancianos, pero desentona y se quiebra intentando alcanzar notas demasiado lejos de sus capacidades. Se dirige hacia la voz, la conoce y la necesita. Y el dueño de la voz la ve acercarse tambaleante, y se dirige a ella con un trote corto y torpe, y con la mirada interrogante le pide que lo ayude a cantar. En vez de gris, él es blanco, más blanco que la nieve que lo rodea, tan blanco como lo fue ella y parece una estrella en la oscuridad. Tiene los pies y las manos regordetes, y el paso aún de niño torpe. Mientras se acerca, cae en la nieve, y ella corre a levantarlo. Él se sacude la nieve con gesto de sorpresa, como si tener la cara toda llena de copos fuera la cosa más extraordinaria. Y la mira y le sonrie, a pesar del dolor, él le sonrie.

El canto sigue subiendo junto a la promesa. Y ahora ella canta las notas a las que su hermano no llega, «en los días más tristes, se esconden razones para ser feliz».

Tengo un problema con la astrología

Lo confieso: tengo un problema con la astrología.
En realidad siempre he tenido un problema con la astrología. A lo largo de mi vida he creído en muchas cosas, he dejado de creer en muchas cosas y he empezado a creer en muchas otras cosas. Pero con la astrología no, no hay caso. La primera razón por la cual no puedo con la astrología es que siempre me ha gustado mirar el cielo. Supuestamente los astrólogos miran las estrellas, ven sus relaciones y sus cambios, y a partir de ahí nos cuentan algo sobre nuestra propia vida. Tal vez eso fuera cierto en la época de Babilonia pero ahora definitivamente no. Hay más constelaciones en el zodíaco real de las que cuentan, y ninguna se pone tras el Sol cuando dicen los horóscopos. ¿Por qué nadie ha notado la presencia de niños distintos nacidos bajo la influencia fugaz de la constelación de la ballena? Las excusas que dan cuando una los acusa de no hacer lo que dicen suelen venir con la admisión de que en realidad jamás miran las estrellas. ¿Entonces, de qué estamos hablando?

Sin embargo, ese es mi primer problema con la astrología pero no el principal. El principal es que la gente que realmente cree en la astrología suele ser excesivamente prejuiciosa. No es que yo no sea prejuiciosa, lo soy, aunque me gustaría serlo menos. Pero la gente que cree en la astrología… Si sos tauro, sos terco, si sos leo, arrogante, si sos aries, con vos no me junto. Y si vamos con los chinos, si sos rata, sos acaparador, si sos perro, sos fiel, si sos dragón, con vos sí me junto. Me gustaría escribir esto mejor, pero: what the fuck?! ¿Por qué? ¿Qué manía es esa? Todos los seres humanos nos parecemos en muchas cosas y somos diferentes en muchas cosas. Conocer a una persona para saber cómo es realmente lleva tiempo, y es probable que nunca la conozcamos bien porque no estamos dentro de sus cabezas y también porque las personas cambian. Quizás porque fulano es escorpio piensas que es envidia su sincera admiración, o si es piscis, interpretes su silencio como timidez, cuando al fulano simplemente no le interesa hablar. Y además, todas esas cosas que se dicen de los signos, pueden aplicarse a todos, todos tenemos en nuestra vida momentos de decisión, de indecisión, de humildad, de arrogancia, de cobardía, de valentía. Algunos días somos más extrovertidos, algunos más introvertidos. Con algunas personas somos tímidos, con otras hablamos hasta por los codos. A veces decimos la verdad, a veces mentimos, a veces hacemos las cosas bien y otras nos equivocamos, a veces queremos estar rodeados de gente y otras que nos dejen solos. Cuando nos sentimos seguros, todos podemos sonar soberbios y cuando tenemos miedo, achicarnos hasta volvernos niños. Cada uno de nosotros es único pero cada uno de nosotros se parece a todos los demás no en algunas cosas sino en muchísimas cosas.

Por eso tengo problemas con la astrología, porque quiero acercame a los demás sin asumir nada, y que cada uno se muestre tal cual es.

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